. . . .HISTORIA Fray Melchor de Prego Cano La portada de MadridejosAtrás a portada Fiestas - Tradiciones

Nacido en Illana (Guadalajara) hacia el año 1541, fue hijo de Mateo de Prego y Ana Cano Cordido. Hay quien le atribuye el apellido Priego en referencia al cercano pueblo conquense. Parece ser que su padre Mateo era de la familia de los García Prego de Galicia. Bautizado con el nombre de Baltasar lo cambió por el de otro santo Rey Mago, el de Melchor, cuando profesó en religión. Su madre era prima carnal del gran teólogo, también alcarreño, Melchor Cano, hay quien opina que esta Ana Cano era hermana del famoso religioso. Desde luego ella nació en Tarancón. Lo cierto es que este ilustre familiar marcó desde un inicio la vida del fraile illanito porque desde muy niño le llamó para que tomara el estado religioso, y a su amparo perseverara. Así, desde Valladolid donde fue llamado por su tío, que a la sazón era regente del espléndido Colegio de San Gregorio, en 1557 vistió el hábito de los dominicos en el convento de Santo Domingo de Piedrahita (Avila) profesando al año siguiente. Se dirigió luego a Salamanca, sede de la sabiduría y las buenas letras, estudiando varios años en San Esteban. Volvió a Piedrahita. donde fundó el beaterio para dominicas, en 1583. Ya avanzada su vida, se dirigió a Madridejos. donde también fundó el convento de la Orden de Predicadores, bajo el título de San Jacinto. Ocurrió esto en 1596 y allí vivió y protagonizó largos episodios de santidad y se le atribuyen muchos milagros. Murió en ese lugar el 30 de marzo de 1607. y allí fue enterrado y durante siglos venerada su tumba. En tiempos más modernos, profanada su última morada, sus restos se llevaron al monasterio de Caleruega.

La vida de fray Melchor de Prego Cano está relatada con detalle por muchos historiadores y exégetas de la Orden dominica. Uno de ellos fray Juan López,. el Monopolitano, le dedica seis capítulos de la cuarta parte de su Historia General de Sto. Domingo y de su Orden de Predicadores, publicada en Valladolid en 1615.

Fermín Caballero, biógrafo del tío, hace una reseña amplia y erudita de la vida de este ilustre illanito. De muchos apelativos ha hecho acopio. Le han denominado sus biógrafos como el Asceta, el Extático, el Beato, el Bendito, el Venerable y el Santo. Dicen que si el primer Melchor Cano, el obispo y teólogo, sobresalió en sabiduría, el sobrino alcarreño lo hizo en santidad y virtudes cristianas.

Había quedado huérfano desde muy pequeño, recogiéndole un tío suyo, sacerdote, don Juan Cano, que residía en Santa Cruz de la Zarza, poniéndole también al cuidado de otro religioso conocido, don Juan de la Vara, preceptor latino, despertando pronto en él toda una encomiable serie de virtudes cristianas, por lo que fue puesto este hecho en conocimiento de su tío, a la sazón regente ya de San Gregorio en Valladolid. Ese venero de buenas disposiciones se vió consagrado y en Piedrahita. como ya hemos dicho, entró el año 1556 en la religión de Santo Domingo. cambiando su nombre y tomando ya para siempre el mismo que su tío llevaba: el de fray Melchor Cano.

A partir de entonces no hizo sino aumentar su virtud, y derrochar manifestaciones de ascetismo a través de raptos. éxtasis y milagros. Conocida su vida y sus capacidades. mantenía correspondencia con múltiples personas de toda España, entre otras con su contemporánea la madre fundadora Santa Teresa de Jesús. Muchos devotos en Andalucía solicitaban de fray Melchor consejos y bendiciones. Uno de ellos, el marqués de Poza, don Francisco Enríquez, le tenía por su auténtico guía espiritual. La doctora mística, Teresa de Jesús, dice de fray Melchor Cano en una carta escrita en Segovia: «Aquí estuve con un Padre de su Orden, que llaman Fr. Melchor Cano. Yo le dige, que á haber muchos espíritus como el suyo en la orden, que pueden hacer los monasterios de contemplativos» en clara alusión a sus proezas y rasgos ascéticos. Y termina diciendo la Santa de Avila: «Oh qué piedad es la suya. Oh bella alma que Dios ha puesto en este reIigioso. Me ha consolado grandemente».

Tanta era su fama, que cuando los Reyes acudieron en cierta ocasión a Valladolid, pidieron les fuera presentado el fraile llanito, y una vez que en Valdemoro acudió a decir la Misa, a la salida casi le deja en cueros la multitud, porque todos querían con tijeras y cuchillas que llevaban, cortar algún fragmento de sus vestimentas, de las que decían tenían efectos milagrosos.

A su muerte, que como hemos dicho ocurrió en el convento de San Jacinto de Madridejos, el 30 de marzo de 1607, hubo que esperar tres días a poderle enterrar, pues mucha gente pasó ante su féretro para darle el último adiós. Entre otros, pasaron don Luis de Portocarrero con 250 soldados de su compañía, y el conde de Niebla, don Manuel Alonso Pérez de Guzmán, hijo del duque de Medina-Sidonia. Quedó finalmente inhumado en un hueco de la pared de la capilla de Nuestra Señora del Rosario, junto a la puerta de la sacristía del templo dominico. Y allí fue puesto un retrato de fray Melchor, de cuerpo entero. con referencias a una declaración profética que hizo. Del cielo de ese cuadro bajan tres bloques de llamas, porque en cierta ocasión dijo que por tres veces se quemaría el convento en que vivió y moriría, pero que a la tercera ya no se edificaría. Así ocurrió.

Sabemos que fray Melchor nació en la calle del Puntío. en el actual n° 8, esquina a la de las Parras, donde existe una placa cerámica que lo rememora, y donde hace muchos años existió una especie de capilla con retratos suyos. Dicen que aún se ve en una pared una mancha roja de sangre. de cuando nació el santo. A finales del siglo XVII se trajeron a la parroquia de Illana algunas reliquias: unas cartas, unas tablillas, unos eslabones todo desapareció con el tiempo, incluso un mal retrato su que se conservaba en la sacristía.

La fama de milagrero, aún en vida, de fray Melchor Cano, hizo que enseguida de su muerte se iniciaran las informaciones para su beatificación. Se hicieron pesquisas de milagros ocurridos en las villas de Illana, Villamayor de Santiago. Villanueva del Cardete, Valdemoro. Belmonte, Argamasilla de Alba, Quintanar de la Orden, El Toboso e Illescas. Dos gruesos tornos se llenaron con las declaraciones de quienes se consideraban beneficiados celestialmente por intercesión de fray Melchor. Se enviaron a Roma. quedando copia del expediente en el archivo del Priorato de la Orden de San Juan, que luego pasó al convento de San Jacinto y finalmente desapareció. Hasta mediados del siglo XIX siguió el proceso, acumulando declaraciones y manifiestos, conservándose los gruesos infolios en el convento de San Esteban de Salamanca y pasando luego al archivo general de su Universidad.

Es curioso saber de qué era patrono y especial favorecedor el illanito fray Melchor Cano, llamado especialmente El Extático. En Illana se le tuvo siempre por especial abogado de las tempestades y tormentas. Y la verdad es que cumplió, porque con la estructura del pueblo, y los aguaceros que a veces se forman en las tierras de la Baja Alcarria en verano, nunca hubo especial desgracia que lamentar. Sin embargo, en Madridejos se le tenía por especial benefactor y abogado de los partos difíciles, que por entonces lo eran todos.

Se escribieron en siglos pasados varias biografías de este santo varón. Una de ellas es la debida a la pluma del dominico fray Victoriano Vázquez, conventual de San Jacinto, y que se conserva manuscrita en el archivo de la Universidad de Salamanca. En 1784 escribió otra fray Gerónimo Ruiz de la Torre, conventual de Atocha en Madrid, y que en 1781 había dejado en la parroquia de Illana unas reliquias que él poseía del venerable. Esta biografía, que también quedó manuscrita, anduvo de la Ceca a la Meca, de convento en archivo, y finalmente se dio por perdida, aunque dice don Fermín Caballero que él tenía un amigo que aseguraba haber visto este tratado biográfico en el convento dominico de Atocha, y luego puesto a la venta en algún puesto de libros de viejo de la Corte. Termina el señor Caballero: «a saber si habrá caído en manos de quien lo conserve o si habrá servido para envolver drogas». Efectivamente, quien quiera que sea, que le eche un galgo...

Los dominicos de Ocaña han escrito recientemente una breve relación de los méritos religiosos de nuestro fray Melchor y leyéndola encontramos claras las razones por las que tantos apelativos honrosos, y entre ellos el de el Santo ha recibido fray Melchor de Prego Cano. Desde sus primeros tiempos de profeso, admiró a todos con sus esfuerzos: permanecía en oración desde maitines hasta prima; ayunaba frecuentemente a solo pan y agua; se disciplinaba hasta derramar sangre, revestido por la cintura con un cilicio que le ceñía entero. Llevaba además -es fama- una cadena de hierro en torno al cuerpo y un cinto de cuatro dedos de ancho guarnecido de puntas. ceñido a los riñones. Tanto le dolía este martirio, que al final de su vida el rostro se le quedó como tallado por el sufrimiento continuo, quedando hecho un retrato vivo de la cristiana penitencia. Pero lo más llamativo era que en medio de tan arduas penitencias, mostraba una afabilidad, y una dulzura. que le hacía ser amado por todo el mundo. Aunque no solía hablar mucho, cuando lo hacía utilizaba a menudo los «Diálogos» de San Gregorio con los que entretenía e ilustraba a quienes a él acudían. Aunque son muchos los portentos que de él se cuentan, referiremos aquí al menos un par de ellos. Mucha gente le encomendaban enfermedades propias o ajenas. para que se mejoraran, pero él siempre sabía lo que habría de pasar solo por iluminación divina puede explicarse que fray Melchor supiese sin fallar quienes curarían y quienes no. Se dice del alcarreño que una cierta señora, habiendo tenido una riña con su marido, sin que nadie más lo supiese, se vio sorprendida ese mismo día por la visita del religioso. Este la dijo que «las mujeres no deben responder a sus maridos, si quieren vivir en paz y no ser ocasión de querellas». Esta señora dijo luego que estaba claro que Dios había revelado al fraile lo sucedido.

Y de milagros, lo de fray Melchor es el no acabar nunca. En Villamayor de Santiago, una señora que llevaba ocho o nueve años aquejada de una enfermedad que le impedía andar, fue llevada ante el padre Melchor. En su presencia. la señora tuvo unas convulsiones y fue dada por muerta. Pero volvió en sí. y el dominico alcarreño la aplicó su «remedio»: la lectura de los Evangelios. Tras lo cual la señora curó totalmente y aún vivió lagos años en perfecta salud.

Del padre Melchor Cano se dijo e insistió en que le había visto en arrobamientos tales que llegó a elevarse -ingrávido- de la tierra, mientras celebraba la Misa, en la que se entretenía hasta dos y aún tres horas, y en cuyo transcurso se volvía tan ligero, tan liviano, que bastaba tirarle un poco de la ropa para hacerle moverse como una pluma. Volvía de estos éxtasis con el rostro pleno de alegría (celestial) o lleno de lágrimas, al parecer dependiendo de las visiones que en esos arrobamientos tenía.

Entre sus devociones particulares estaba la del Santísimo Sacramento. Le gustaba permanecer largas horas en la iglesia. y corregía severamente a quienes hablaran dentro del templo. También pro curaba hacer devotos del Santo Angel de la Guarda. Recorrió toda Castilla en peregrinaje de sermones y porque los grandes del reino le llamaban. En la Corte, los Reyes solicitaron que fuera a palacio, y la Reina le pedía que no la tratara de Majestad, sino de Hermana.

Refiere el historiador Diego de Colmenares en su conocida Historia de Segovia, capítulo XLVI,. que el 4 de noviembre de 1597 llegó al convento dominico de Santa Cruz la Real de la capital castellana un grupo de frailes entre los que venía el alcarreño fray Melchor Cano, de camino hacia Valladolid, donde una vez más había sido llamado por el Rey Felipe II. El illanito, en vez de retirarse a descansar, bajó a la iglesia a seguir orando, y a media noche todos vieron tan gran claridad procedente del templo, que asombrados se dirigieron a él. y allí -dice el historiador Colmenares «hallaron a fray Melchor elevado más de una vara del suelo en éxtasis profundo». Fueron velándole por turnos los frailes durante toda la noche, y al amanecer una multitud bajó desde Segovia al convento por ver aquella maravilla. Se retiró luego a la habitación y no volvió en sí hasta finalizada la tarde.

En Illana su pueblo natal, se siguen recordando, arropados con la fuerza de la tradición de siglos, algunos «milagros» que obró entre sus paisanos. Dicen que siendo (aún se llamaba Baltasar) un chiquillo, algunos compañeros por hacerle burla un día le dijeron que uno de ellos, tumbado junto al camino, estaba muerto. Y le pidieron que le resucitase. El se acercó le dió con una vara y les dijo:

-«Pues si se ha muerto, bien muerto está». Cuando Baltasar se retiró del grupo los chicos le dijeron al bromista que se levantara ya, comprobando entonces todos, aterrados, que el compañero estaba realmente muerto.

Dicen que de pequeño era muy travieso, y se subía por los aleros de los tejados a por nidos. Las mujeres le decían a su madre: -«Pero. Ana. ¿no ves que tu hijo puede caerse y matarse?». Y ella respondía: -«No le pasará nada. Está protegido por la mano de Dios».

En otra ocasión ocurrió que acudió a la casa de los Prego Cano una vecina diciendo a la madre: -«mi hijo ha muerto, ven, mi hijo ha muerto». Fueron Ana y el pequeño Baltasar a casa de la atribulada mujer, y el futuro fraile le tomó la mano al niño muerto, diciéndole: -«Levántate, que nos vamos a jugar». Y el pequeño se levantó sano.

Dicen que en ocasiones, viviendo aún en lllana, salía a la calle el pequeño Baltasar y mirando al cielo decía: -«Este año va a ser bueno de patatas, o de judías, o de melones...», y los agricultores illanitos sembraban aquello de lo que decía Baltasar. Siempre acertaba y las cosechas eran estupendas.

En ese rimero de dichos, de leyendas que se conservan en Illana en torno a la capacidad de milagro y sabiduría de Baltasar de Prego Cano (el futuro fray Melchor Cano) anotarnos todavía un curioso sucedido. Enfrente de la casa en que nació, en la calle del Puntío, había una casa-palacio (que aún se conserva) y todos veían en su tiempo que la economía de la familia propietaria iba a la ruina a ojos vistas. El chico andaba por allí jugando, oía los comentarios, y no hacía más que decir: «Sonochar y madrugar, sonochar y madrugar...» Y como a los dueños de la casa-palacio les llamó la atención estas palabras, las pusieron en práctica, y pudieron comprobar cómo por las noches los criados les robaban. Estaba en Madrid en febrero de 1607 cuando se notó enfermo y supo que iba a morir. La víspera de San Matías volvió a Madridejos y el día de la Anunciación, el 25 de marzo, tras haber confesado y dicho la Misa, ya con fiebre, se acostó. Murió cinco días después, el 30 de marzo de 1607. Su cuerpo, los tres días que se mantuvo expuesto a la admiración del pueblo, exhalaba un fragante perfume y sus miembros permanecían flexibles. Un asombro tras otro, el que nos proporcionan hoy las anécdotas sobre la vida, la obra y la muerte del illanito padre Melchor Cano, un dominico de recia tradición ascética castellana.

En la casa donde nació, en la calle del Puntío, se colocó el 30 de marzo de 1999 una lápida de cerámica en su recuerdo y expresión de admiración por siglos; y en Madridejos el 19 de mayo de 2003, en la Plaza del Ayuntamiento, enfrente de donde existió el Convento que fundó se ha colocado un busto para igualmente recuerdo de su vida milagrosa en esta población.

© Antonio Herrera Casado.- Illana y su entorno. Editorial Aache

 


 



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